Hace
un mes, el 23 de marzo, por un acto imprudente, me lesioné la espalda. El dolor
se sintió como un puñal helado recorriendo mi espalda sin consideración. Quedé inmóvil,
creyendo que me había dado un espasmo.
Como
el dolor no cesó con el pasar del tiempo, estuve largos días visitando
fisioterapeutas, quiroprácticos, ortopedistas y médicos alternativos tratando
de amainar ese dolor insoportable que, de repente, invadió mi vida, mis
pensamientos, mi descanso y literalmente, me dejó incapacitada un mes. Durante
23 noches, el dolor de puñal recorrió mi pierna izquierda de arriba a abajo, rítmicamente
y sin descanso. Era un danzar pernicioso, sádico, constante. Me hacía llorar.
Me impedía dormir. Una noche llorando le dije a mi esposo, me
quiero desmayar. Sólo quiero desmayarme
Finalmente,
después de estudios especializados, lo que para mí era un espasmo que no
cesaba, tuvo nombre: Hernia Discal Estrusada. En cristiano significa que una
parte del disco intervertebral se salió de su espacio y pisaba mi nervio ciático
provocando ese dolor tan intenso.
Cuando el neurocirujano me vio me programó de
urgencia. Quedé sin habla unos minutos. ¡Espere, espere! Revisemos
las opciones, le dije. “No hay opciones” fue su
respuesta. “Te puedo hacer bloqueos para el dolor, pero la sensibilidad
de la pierna se irá perdiendo conforme pasen los días. Esto es urgente”.
Finalmente terminé operada el lunes 15, cuatro largos días después de la
consulta.
El
domingo previo a la intervención, asistí a la iglesia, encorvada, andando
lentamente, como los ancianos, buscando apoyo en el brazo de mi esposo. Me
senté y comencé a escuchar las alabanzas previas al servicio. Buscaba Palabra. Consuelo.
Paz. Descanso. Todo. De repente, mientras cantaba una de ellas, lo entendí
todo.
¡Ay
de mí! ¡Quejándome de una pierna! Llorándola, sufriendo por ella. Paralizando
mi vida por una pierna. Delante de mi estaban ellos relatando en una alabanza lo
que es sufrir de verdad. Él lo dio todo. Lo dejó todo en el campo de batalla.
Lo dejó todo en ese madero infame. Latigado hasta dejar surcos imborrables por
donde corría su sangre, desgarrada su piel, sus músculos, clavado en sus
extremidades, punzada su cabeza con cientos de espinas, tocando cada terminal
nerviosa de la piel. El sí sufrió. No yo. El sí fue torturado hasta que exhaló su
último aliento en la cruz. Yo no. Yo sólo tenía una pierna. En que drama se
había convertido mi vida por una pierna, mientras él lo había dejado todo en la
arena. En silencio y por mí.
Y lloré.
Ya
mi dolor no me pareció insoportable. De repente me volví valiente. Todo, y
cuando digo todo, fue más tolerable. Esa noche, mientras masajeaba la pierna, en
mi soledad, pensaba en que cualquier dolor jamás sería comparable con el que
estuvo en ese madero, pagando por mí. De repente ya no me masajeaba con rabia y
frustración. Lo hacía con compasión y con amor. Y fue tolerable la noche.
Soy Pamela Cruz escribiendo hoy 22 de abril/2024, para todas aquellas personas que viven procesos de dolor intenso que nunca cesan. Nadie puede hablar de tu dolor, pero si tan solo piensas en que alguien que no merecía morir por ti, acepto dignamente sufrir en toda su humanidad un dolor insufrible, entonces, es posible que tu dolor ya sea un poco más tolerable, y lo vivas con el amor con el que él vivió el suyo por nosotros.
Santo es el que vive, santo es el que reina