Mi vida ha estado siempre rodeada de "fanáticos", ese tipo de personas que invocan a Dios a toda hora, por todo. Mi abuela fue la primera de ellos que conocí. Pasaba muchas horas del día rezando rosarios con múltiples intensiones: la familia, las ánimas, los vivos, los muertos, porque sacáramos buenas notas. Mi madre, con el paso de los años, se volvió como mi abuela: va a misa todos los días, reza el rosario con la misma frecuencia. Mis hermanas, igual. Una de mis mejores amigas, bendice los alimentos, al estilo "Fan". "Que oración eterna", muchas veces me dije mirándola de reojo rogando para que la comida no se enfriara, mientras terminaba la plegaria sinfín. Algunos amigos también se quejan de sus esposas, por su fanatismo. "Está fanática". "Ahora todo es Dios, Dios, Dios". "Bueno el cilantro pero no tanto". "Ya no sale de la iglesia". "Todo el día oyendo música religiosa, me tiene agotado".
Yo los entendía perfecto. Los fanáticos, todos los días, anteponen a Dios a todo, a la comida, a los amigos, a la familia. Se encierran en una habitación, en el baño o en el armario para orar. Mis chats se llenan todo el tiempo de mensajes y oraciones y muchas veces las borraba sin leerlas completamente. Todo era puro "Amén", "Amén", "Amén". Agotada al extremo, en uno de los chat que administro, tomé la decisión de evitar tres temas, política, religión y sexo. "Por respeto a las creencias", aduje. La verdad es que me cansaba de tanta oración. Largas, sin sentido, puro copy - paste. Crudo pero real.
Hasta que un día ya no bastó con mi oración express. No bastó con pedir a otro por mí. No bastó con la persignada, ni con repetir. Simplemente no bastó. Me tocó doblar mis rodillas, cerrar los ojos, juntar mis manos y pedir a esos fanáticos que oraran conmigo. Me tocó repetir lo que ellos decían con la esperanza de sentir lo mismo que esas mujeres y hombres, cuando decían esas frases salidas de la nada. Repetí y repetí hasta que un día, de repente, entendía lo que decía, sentía y vivía cada palabra. Ellos, los mismos que me enseñaron a orar, a pedir, los mismos que cambiaron su cena por mi oración, los que pusieron mi vida y la de mi familia en el centro de sus ruegos. Ellos, lo que doblados de rodillas, ruegan e imploran por un milagro, mañana, tarde y noche son Guerreros de la Fe. Son soldados de Cristo dotados con el arma más poderosa del mundo. Lo que hoy llamo El Arma de Conversión Masiva: La Oración. Esa que hizo que, teniendo oídos para oír, oyera; que comenzara a entender esas palabras que brotaban como manantial de sus labios. Que me permitió repetirlas y luego sentir como brotaban de los míos, Mis propias palabras! Ellos me enseñaron a doblar las rodillas, a abrir los ojos, cerrarlos, bañarme, comer, trabajar, con Dios por delante, cada segundo de mi vida desde aquella primera vez.
Soy Pamela Cruz escribiendo hoy 30 de agosto 2020 sobre los Guerreros de la Fe, esos que alguna vez mal llamé fanáticos. Ellos, los mismos que me salvaron en mis oscuros días, que intercedieron por nosotros, Ellos me mostraron a Dios. Es mi testimonio. No esperen menos de mi.
PD: Comparto esta canción que describe perfectamente como es MI DIA desde que formo parte de los tocados por Dios.