Esta soy yo.


"Un montón de letras que formaron un diario cuando aquellos libritos alguna vez se usaron. Una carpeta repleta archivos guardados en un rincón de computador esperando un lugar expuesto al mundo. Un espacio donde dejar al aire las palabras atrapadas en una mente en constante ebullición. Muchos temas un solo espiritu, el mio."

domingo, 30 de abril de 2017

Construir recuerdos nuevos

Soy la única loca llorando en este metálico pajarraco que intenta llevarme a la siguiente escala antes de irme al otro lado del mundo. En un viaje tan largo como el que​ estoy teniendo, las lentas horas se tratan de superar arrasando con la programación de cine. Y esta película ha merecido cada una de mis lágrimas: "La música nunca se detiene" o The Music never stopped.

Un hombre cuyo único hijo se fue de casa después de una amarga discusión, lo encuentra 20 años después convertido en un ente sin recuerdos, producto de un tumor. Extirpado el tumor, deben lidiar con un hombre que congeló sus recuerdos cuando hasta su adolescencia y que es incapaz de retener cualquier nueva información al mínimo plazo. Compartían una pasión por la música y en algún punto de la adolescencia, hubo una ruptura total de la comunicación entre ellos. El padre busca desesperadamente encontrar un tipo de conexión con su hijo y su memoria, incapaz de almacenar recuerdos nuevos. Ese mismo desespero lo conduce a sumergirse en el "incomprensible ruido" que el chico escuchó a partir del año 58, logrando conectarlo con el mundo por medio de la música, mientras sana, 20 años después, su deteriorada relación. La historia es real y se basa en el libro llamado "El Último Hippie". 

La película me recordó que hace siete años mi hijo comenzó a escuchar un ruido que yo no entendía con una letra rebelde al extremo. "It's my live" de Jon Bon Jovy, producto de la "nociva" influencia que ejercía un amiguito, hijo de un papá rockero de los 80's. En esa época la música en inglés no era lo mío y me apasionaba más Miguel Bosé o Camilo Sexto que el montón de greñudos que conformaban bandas nuevas. Me vi obligada a escuchar a la fuerza al Bon Jovi para que tratar de entender el intrincado mundo masculino de mi hijo a sus 10 años de edad, y en ese ejercicio que me llevo un mes escuchando cada día la canción, hasta que me aprendí la letra y la cantábamos de camino al colegio, descubrí su impecable oído musical y la poca influencia que ejerce en él una buena melodía sobre una letra inteligente. He de confesar que nuestra relación madre- hijo no siempre es fácil. Tenemos el mismo temperamento. Sin embargo, existe una real comunicación entre nosotros gracias a la capacidad que desarrollé al escuchar sus canciones, sus historias y los argumentos para amar las canciones que él escucha o por lo menos respetarlas, cuando a mi no me tocan el alma. 

Soy Pamela Cruz escribiendo el 27 de abril a 3 días de iniciar el mes de las madres, a aquellas madres o padres que alguna vez han querido volver a vivir esa preciosa temporada en que era fácil conectarse y entender a los hijos y, de repente, se convierten en dolorosos desconocidos. Aún en medio de la desesperanza, la rabia y el dolor, los padres siempre tendremos poderosas la capacidad de encontrar nuestra propia forma de construir recuerdos nuevos.

domingo, 16 de abril de 2017

3 Historias de una Diaspora Inaudita

La Diaspora siempre ha estado en mi mente como la migración masiva asociada a los judíos esparcidos por el mundo. Desde el éxodo hasta la Segunda Guerra Mundial. Nosotros tuvimos la nuestra, cuando miles de colombianos huyeron de la guerra, de la mala situación y se fueron al exterior. Yo trabajo con estudios en el exterior. Y a mi me visitan porque se quieren ir a estudiar y vivir una experiencia fuera. Las motivaciones son variadas, diversas, pero hasta ahora han sido elecciones personales, no producto de la inseguridad personal.  Sorprendentemente en el camino encuentro que seguimos inundados de historias, de las miles que existen en el mundo loco que nos ha tocado vivir.

Hace unos meses, cuando nos agobiaban los atracos a plena luz del día en Barranquilla, me visitó una pareja de esposos. Unos chicos muy simpáticos y muy educados. El ingeniero y ella médico. Vivían en Venezuela y estaban haciendo todo para hacer una maestría en el exterior. 27 años. No han conocido regimen distinto en su país. Y conocieron la falta de oportunidades más temprano que tarde. Su esposo fue contratado por una firma colombiana y como pudieron se marcharon. Yo les decía que tenían que tener cuidado con los atracos en Barranquilla. Ella se rió entre nerviosa y aliviada. - Pamela, me dijo. "Barranquilla es segura. Ustedes no tienen idea de lo que es el verdadero peligro. En Caracas, tienes que cargar con un celular de mentiras que funcione y con una cartera vieja que te roben. Allá te pueden disparar a plena luz del día. Te roban y no puedes hacer nada. Solo dejarte robar. Nos vinimos porque allá, no teníamos esperanza"  me decía. 27 años y sin esperanza!!

En un restaurante de los que frecuentamos, un joven simpático es nuestro mesero. Un día conversando sobre comida, nos confesó que era Chef, de Venezuela y su novia es peluquera. Los dos tienen 23 años. Están validando sus títulos. Literalmente, una noche cualquiera huyeron sin decir nada a nadie, dejando familia, amigos y vida. Vida? Ya no tenían vida. Se sienten afortunados. Pueden caminar, comer lo que les plaza. Tener sueños, vivir tranquilos. 23 años.

Ayer conocí a una familia el 22, ella 21 y dos bebés de 3 y 1 años. El, colombiano, fue criado en Venezuela desde los pequeño. Su mamá se fue muy joven y se lo llevó. Hace 3 años se regresó. Su hijo vino a visitarla con su esposa y sus bebés. Le sorprendió encontrar pañales de todas las marcas. Poder comprar el mercado el día que querían y no el día q le indicaba el número de la cédula. Con todo, estaba dispuesto a volver. Su suegra lo convenció de no hacerlo. "No hay nada aquí para ti", le dijo. "Quédate allá. Saldrás adelante".

Mis recuerdos del vecino país se reducen a la Leche Lita que comprábamos en San Andresito, a las visitas que mi tía, la que vivió muchos años allá, nos hacía contando lo próspero que era vivir en un país de enormes carreteras y trabajo por doquier. Mis recuerdos se limitan a las historias de mi padre cuando estuvo y cuando llego contando que el dinero del petróleo lo usaron para tener las mejores vías de Latinoamérica. Mis recuerdos se limitan a las novelas que contaban y que mostraban historias de un campo fértil y alegre. Mis recuerdos se remontan a mis noches en vela leyendo Doña Bárbara y Canaima, en los llanos y las selvas venezolanas, tratando de encontrar parecidos con el llano de mi padre. Mis recuerdos se limitaban a mi amigo Juan Carlos que se fue al vecino país cuando éramos amigos del Colegio y del que aún recuerdo sus pobladas cejas y su nobleza. Esos recuerdos, pertenecen a una Venezuela que ya no existe.

Soy Pamela Cruz, escribiendo, 3 meses después del silencio, hoy, 16 de abril, domingo de Resurrección  desde un rincón de playa colombiana, compartiendo historias que me parten el alma. Historias de una juventud que huye buscando esperanza.