Ayer domingo, tuve un día de lectura y TV. Cosa extraña en mí, porque siempre estoy frente al computador haciendo algo. Me encanta escuchar testimonios de la obra de Dios en las personas. Reafirman mi Fé, me hace sentir parte de algo mucho mas grande. Poderoso, gigante. Escuchando un canal de youtube "Andy & Amy, conocí la historia de salvación y sanidad de El Canelo y su papá: Un chico mexicano con muerte cerebral por un accidente en bicicleta en el 2012. Quedo en estado vegetal. Completamente desahuciado por los médicos mexicanos, su testimonio fue algo que movió cada una de mis fibras internas. Era increíble! un chico completamente indefenso atado a una cama de por vida, dio testimonio de su conversión y sanación. Precioso. De repente, comenzaron a pasar unos videos y fotografías del chico en el estado convaleciente, cuando nadie daba nada por él. Y sus padres solo se sostenían de la Fe. Y entonces, ¡recordé!
El cerebro es una cosa tremenda; nos ayuda a vivir con lo mejor de la vida y a olvidar los peores recuerdos de ella. Era 12 de marzo del 89, del siglo pasado, para los que nacieron en este siglo y aun están desubicados. Era domingo, y el Colegio Americano cumplía al día siguiente sus primeros 100 años. Mi hermana menor, Magali, era "Promoción Centenario", porrista, muy hermosa, con su cabello negro, frondoso y lacio. Tenia una agilidad enorme, y hacia piruetas por los aires, cosa que siempre ha hecho desde que tengo uso de memoria. Ella terminaba siempre en un árbol, en un tronco y yo no pasaba mas allá de 50 cm del suelo. Ellas tenían una presentación y mi papá estaba en la finca. Mi mama y mi abuela estaban en el patio en labores de jardinería. Adriana se había ofrecido a llevarla y yo quería acompañarlas. No me había bañado, a esa hora, tipo dos de la tarde. Y corrí a la ducha para irme con ellas. Cuando salí, ellas ya se habían ido. Yo estaba furiosa. Recuerdo que salí del baño, no las encontré y comencé a refunfuñar porque siempre me dejaban. Estaba en toalla cuando comenzó a sonar el teléfono. Si, el que estaba amarrado a un cable y no podía acompañarte al cuarto mientras te cambiabas. Ofuscada por el abandono y molesta porque nadie respondía, salí en toalla y tome la llamada. Recuerdo la conversación como si fuera ayer.
- Esa es la casa de Lucy?
- No. Aquí no vive ninguna Lucy, dije muy molesta.
- Disculpe. La casa de Lucy Cruz. La del carro rojo. Un brinco salto en mi corazón. -
- Un Susuki? Será Adriana, le dije.
- Si esa. Es que tuvo un accidente con otra persona. Y las llevan a la Clínica General del Norte.
Recuerdo mi grito sordo. Mis dos mamás, mi abuela y mi madre, salieron corriendo. Mi abuela no entendía. A mi madre y a mi nos llevo un vecino. Yo me vestí tan rápido como jamás lo volví a hacer. Yo me sentía tranquila. El que llamó habló con calma, pausado. Iba pensando, "no joda no me esperaron". A la altura de la Calle 72 con 65 y encontramos un trancón tan grande que tocó irnos en contravia. Preguntamos que pasó y nos dijeron un accidente. Justo pasábamos por enfrente y mi corazón casi se sale del pecho. Incrustado en un poste estaba lo que alguna vez había sido un carro. Nuestro carro. Totalmente destruido solté un grito. "Se mataron" fue lo primero que pensé. No había posibilidad de que allí hubiera salido alguien vivo. Y el camino a la General del Norte fue la tortura mas grande que había tenido hasta ese momento. Llegamos, y nos encontramos con mi hermana mayor con múltiples fracturas en su brazo y pierna derecha llorando desconsolada y preguntando por Magali. Y Magali. Con un trauma craneoencefálico terrible. El carro cruzaba la 72 y una camioneta a una velocidad absurda perdió el control y las golpeó tan fuerte que la camioneta giro y cayo sobre el techo y el Susuki que manejaba mi hermana dio vueltas por los aires hasta que frenó frente al poste totalmente destruido. Mi hermana estuvo en coma varios días, estuvo en la clínica más de un mes y solo volvió al colegio en julio de ese año. Se graduó con el pelo cortico, llevando turbante muchos meses, volviendo a ganar peso, y después de muchas cirugías.
Solo ayer, entendí el milagro que he tenido ante mis ojos todos estos años. Ayer, mientras recordaba esos terribles días, tuve consciencia de que si me hubieran esperado no estaría contando esta historia. Ayer comprendí que tengo hermanas porque la misericordia de Dios es gigante y les tenía preparadas a ellas y a mi un propósito más grande que lo habíamos vivido hasta ese entonces.
Cuantos milagros vivimos cada día y no los reconocemos como tal?
Respiramos porque cada día nos levantamos con el milagro de la bocanada de aire fresco en nuestros pulmones. Cada decisión, cada acto, cada acontecimiento que vivimos y que nos atraviesa por valles de sombra y de muerte, tiene un propósito que no entendemos, que no comprendemos pero que es un milagro para nuestra vida. Cuantas veces pasamos por encima de ellos, sin darles la importancia que se merecen? Vivimos porque Dios es Grande. Mis hermanas viven para dar a Dios su gloria. Y yo hasta ayer, me di cuenta de ese regalo que me dio aquella vez, en el año 89.
Perdona Magali porque entre las peleas de hermana menor no he visto que tu has sido un milagro de Dios en mi vida. Tu, a tu manera te has perfeccionado en la debilidad de las secuelas. Que nadie ve. Te hiciste doctora para detectar enfermedades y salvar vidas. Llevas tus cicatrices con valentía. Tu eres un milagro de Dios. Y yo hasta ahora me doy cuenta que siempre fuiste testimonio de la Presencia de amor de Dios en mi vida. Gracias. Gracias. Gracias.
Soy Pamela Cruz escribiendo hoy 15 de noviembre 2021, sobre los milagros, esos que no vemos. O que damos por sentados que ocurrirán, sin tener la consciencia que son un regalo, un gesto único de misericordia y fe.