Esta soy yo.


"Un montón de letras que formaron un diario cuando aquellos libritos alguna vez se usaron. Una carpeta repleta archivos guardados en un rincón de computador esperando un lugar expuesto al mundo. Un espacio donde dejar al aire las palabras atrapadas en una mente en constante ebullición. Muchos temas un solo espiritu, el mio."

martes, 29 de noviembre de 2016

Como si fuera el último día

En el mes de abril, por viaje de negocios me monté en una avioneta de esas de 30 pasajeros o menos. Ya he mencionado mi miedo a volar, y mis estrategias para soportar el vuelo. En esa ocasión yo iba en última fila y a mi compañero a mi lado, justo antes de comenzar el carretaje, recibió una llamada que lo disparó de la silla como un loco hacia la puerta de salida. Habló con la Auxiliar de Vuelo y detuvieron la nave. Desde mi silla veía como el hombre esperaba su equipaje y luego corría a toda velocidad hacia la salida. Luego, cuando aterrizamos, nos enteramos que su hija se habia caído y fracturado el brazo. Mas tarde en casa contando la anécdota, confesé nerviosa que mi primer pensamiento cuando el hombre bajó de la avioneta fue bajarme con él. Y el segundo fue el titular que ocuparía la primera plana si mi aeronave se estrellaba: "El único sobreviviente, bajó en el último minuto".

Esta mañana mi hijo me despertó con la noticia del siniestro del avión de los futbolistas. En lo primero que pensé fue en la semana anterior, en el vuelo que tuvo mi hijo y 52 más junto con los entrenadores a los juegos binacionales de colegios en Manizales, en la zozobra vivida en silencio y en el "Gracias a Dios" que sentimos todos cuando el avion tocó tierra, en la ida y en el regreso.

En acontecimientos tristes como este que vive el futbol del mundo hoy, aparecen los milagros del que no se subió porque llego tarde, o el que se lesionó, o el que dejo el pasaporte, o el que sobrevivió simplemente porque no le tocaba.Salir de casa y volver a salvo, en bus, en bicicleta, a pie, en carro o en avión, es un milagro diario. Un regalo que la mayoría damos por sentado y que no apreciamos como deberíamos porque ninguno tenemos claro cual será nuestro último día.

Soy Pamela Cruz, escribiendo hoy 29 de noviembre 2016 para todos aquellos que damos por sentado que el tiempo nuestro en la tierra no tiene fecha de expiración.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

El maravilloso silencio de la música del corazón

Esta noche me ha tocado trabajar. Tenía tiempo que no me quedaba hasta la madrugada tecleando en el computador. No es igual la noche a los 44 años que a los 29 cuando no me importaba trasnochar montando pedidos de temporada escolar. Esta noche sin embargo, tocó. Al azar seleccioné un concierto de música clásica. De esa que me inundaba los oídos cuando estudiaba en la U. 

Me he transportado a las noches aquellas donde estaba sola, con una cantidad de pensamientos haciendo de las suyas en mi cabeza. Esas noches de universidad, donde mucho es confusión, bulla y desazón. Algunas de mis noches eran así. Sobre todo cuando estaba en exámenes finales, cada semestre. En esa época salían colecciones de discos de música clásica que se compraban casi a huevo. De hecho yo, humilde universitaria, dependiente de una modesta mesada, ahorraba con el celo propio de quien quiere adquirir el tesoro de su vida y logré hacerme a una interesante colección de CD's de música clásica. En esa época, sin ser una erudita, me di a la tarea de entregarme a la libre escucha y descubrí que ese era el silencio de los que nos negamos a entregarnos a una mente en calma. Lo sé ahora. Mientras escucho las teclas de un piano interpretando "Para Elisa" de Bethoven. Recuerdo como mi mente solo se concentraba, escuchaba, escuchaba y de repente, un sentimiento se apoderaba de mí desde el centro de mi pecho, justo como lo siento ahora, mientras escribo. Hoy, muchos años después, comprendo que esa música poderosa, acallaba mi mente y creaba- aún la crea- una conexión increíble con el corazón. Comprendo hoy que, por muchos siglos que hayan pasado desde que su composición, esa música convierte pensamientos en sentimientos, sosegando cualquier angustia existente.

Soy Pamela Cruz escribiendo hoy 23 de noviembre/2016, en esta noche clásica, desde la más sublime calma, esa que llega como cuando de repente, se posa un pajarito, cantando frente a ti, y ruegas porque ese instante no termine nunca. 




viernes, 11 de noviembre de 2016

La memoria del Cura

Hace poco menos de 10 años, en mi primer viaje a México, conocí a una Mexicana con acento Argentino. Ella, en un día soleado mientras caminábamos juntas por las calles de la bellísima  Morelia, me contó su historia. Llegó de Argentina hacía algunas décadas siendo muy joven, escapando de las garras de la dictadura. Atrás había dejado a su familia, a un hermano muerto y había huido en un carro viejo,  a escondidas, dejando una vida para inventarse otra. Recuerdo aún la triste sensación que me produjo su historia. Ella, una mujer mucho mayor que yo, pero con un espíritu muy joven, sobreviviendo a la muerte. México la acogió y la cuidó, al punto que ella no sabe a que país ama más.

Hace un par de meses conocí una venezolana que salió literalmente corriendo de un país donde el trabajo escasea y,  embarazada de su esposo colombiano dejó su tierra, su comida y su familia porque su vida allí era insostenible. Ellos se habían conocido en el vecino país hasta que la política de Chavez lo destruyó todo.

El año pasado conocí a un cubano que había huido de su isla cuando era un adolescente. Hasta hace unos meses había podido reunirse con su hijo luego de sacarlo, con mucho esfuerzo y dinero, de la Cuba de Fidel.

Yo misma soy fruto del desplazamiento de mis padres, y ellos de los suyos a causa de una violencia. Sus historias de huida en medio de la noche, corriendo por sus vidas, siendo aún niños, parecen fantasía.

Hace un par de meses, un amigo me comentaba sobre la oleada de venezolanos en Colombia, quejándose de las oportunidades que nos "robaban" a los colombianos. Recordé aquel sentimiento extraño que sentí la primera vez que conocí a una trabajadora venezolana en Colombia. Sentí que nos estaban invadiendo. Luego de unos minutos, y después de escuchar todo lo que vivió en su país y la tristeza con la que se desprendió de aquella Venezuela que amaba y decidió abandonarlo todo, sentí un profundo dolor. Ella, sentada en mi escritorio sólo quería sentirse segura, tener comida todos los días, no ser agredida. Y nosotros, en medio de nuestro propios problemas, habíamos sido capaces de ofrecerle refugio.

Este país ha recibido judíos, españoles, árabes, chilenos, alemanes, italianos, argentinos, chinos, japoneses que llegaron en busca de paz, desde confines de la tierra afectados por guerras, conflictos o recesiones. De la misma forma, el mundo le ha abierto las puertas a todos los valientes que han huido de alguno de los 50 años de nuestra historia de sangre y violencia. Ellos también fueron inmigrantes legales o ilegales y lograron crear un espacio en el país que los acogió. Todos, incluso los expatriados voluntariamente, viven con una nostalgia de tierra que tratan de sobrellevar con detalles que a nosotros nos parecen cursis. (Hamacas, artesanías que jamas veríamos en nuestra sala nosotros los que vivimos en Colombia). Procuran mantener sus costumbres en la lengua, en la comida o en sus tradiciones en un esfuerzo supremo por no olvidar, en aquellas tierras, lo más sagrado que tenemos como seres humanos, las raíces.

Soy Pamela Cruz, hoy 12 de noviembre 2016, escribiendo para todos aquellos curas que olvidaron que alguna vez fueron sacristanes. A todos los que ahora se sienten amenazados por la siguiente ola de compatriotas y dan la espalda a esos que, como ellos, sólo buscan un lugar seguro en el mundo.























Imagen: Cortesia de e-faro