En el mes de abril, por viaje de negocios me monté en una avioneta de esas de 30 pasajeros o menos. Ya he mencionado mi miedo a volar, y mis estrategias para soportar el vuelo. En esa ocasión yo iba en última fila y a mi compañero a mi lado, justo antes de comenzar el carretaje, recibió una llamada que lo disparó de la silla como un loco hacia la puerta de salida. Habló con la Auxiliar de Vuelo y detuvieron la nave. Desde mi silla veía como el hombre esperaba su equipaje y luego corría a toda velocidad hacia la salida. Luego, cuando aterrizamos, nos enteramos que su hija se habia caído y fracturado el brazo. Mas tarde en casa contando la anécdota, confesé nerviosa que mi primer pensamiento cuando el hombre bajó de la avioneta fue bajarme con él. Y el segundo fue el titular que ocuparía la primera plana si mi aeronave se estrellaba: "El único sobreviviente, bajó en el último minuto".
Esta mañana mi hijo me despertó con la noticia del siniestro del avión de los futbolistas. En lo primero que pensé fue en la semana anterior, en el vuelo que tuvo mi hijo y 52 más junto con los entrenadores a los juegos binacionales de colegios en Manizales, en la zozobra vivida en silencio y en el "Gracias a Dios" que sentimos todos cuando el avion tocó tierra, en la ida y en el regreso.
En acontecimientos tristes como este que vive el futbol del mundo hoy, aparecen los milagros del que no se subió porque llego tarde, o el que se lesionó, o el que dejo el pasaporte, o el que sobrevivió simplemente porque no le tocaba.Salir de casa y volver a salvo, en bus, en bicicleta, a pie, en carro o en avión, es un milagro diario. Un regalo que la mayoría damos por sentado y que no apreciamos como deberíamos porque ninguno tenemos claro cual será nuestro último día.
Soy Pamela Cruz, escribiendo hoy 29 de noviembre 2016 para todos aquellos que damos por sentado que el tiempo nuestro en la tierra no tiene fecha de expiración.