El sábado 27 de febrero visité por primera vez en mi vida el complejo carbonífero de El Cerrejón en La Mina, Guajira. Iba a una actividad con estudiantes que están evaluando desde ya sus opciones académicas para cuando terminen sus estudios secundarios. Viajé por Satena en un avioncito tipo jet privado, junto con otras 50 personas. La última vez que volé en algo parecido fue hace 19 años, en un interminable viaje a la isla de Providencia durante 25 eternos minutos montada en una avioneta de 20 personas, mientras veía un tornillo que se zarandeaba incontrolable en mi ventana y pensaba aterrada en lo que pasaría si el dichoso tornillo se terminaba de aflojar.
A salvo y en tierra, llegamos al Aeropuerto de La Mina, modesto pero suficiente para el tráfico aéreo del lugar. Nos transportaron en bus al complejo y luego de pasar por los controles de seguridad y recorrer unos 20 minutos de camino, acompañados del romántico sonido del tren con interminables vagones negros que no dejaban de pasar, llegamos al Colegio Albania. Construido con elementos arquitectónicos muy americanos, el colegio parece un oasis en medio del típico ambiente desértico guajiro. Da gusto caminar por los pasillos llenos de jardines bien construidos, de esos que añoraría ver en otros colegios en el país. Llegamos a nuestro destino: la biblioteca, lista para recibirnos y realizar nuestro trabajo.
Entrar fue hacer un flashback al pasado reciente. Fui arrastrada de inmediato a ese mundo que amo con locura y pasión desenfrenada. Sin quererlo, sin pensarlo, nuevamente me encontré rodeada de libros. Ese olor... ese olor inconfundible de los libros bien cuidados. Ese olor a libro amado, el olor a libro agradecido, a esos libros escogidos como un acto de fe con los futuros lectores de un espacio que cada día es menos visitado por la gente. Esa biblioteca respira vida. Esa biblioteca parece un estallido de fe y de color. Esa biblioteca transgrede lo que dicen de las bibliotecas. La solemnidad de un libro que no se manosea, la rigurosidad en temas tabúes o no tabúes. Las paredes blancas, los muebles de madera. Las sillas erguidas. La obligatoriedad de mantener una tradición de silencio, de callar, de mirar y no tocar. Este loco espacio salido de un pasaje de Alicia en el País de las Maravillas, tiene casas con ventanas, toldillos con velos multicolor para que los grandes se sientan como niños y si quieren meterse dentro y leer a hurtadillas, lo hagan con tranquilidad. Globos terráqueos adornan varios rincones, como invitando a ir a cualquier lugar de la tierra donde la imaginación y las lecturas los lleven. Mesas de colores, dispuestas alrededor, tapetes suaves o rígidos, de colores invitan a quitarse los zapatos, a acostarse, a sentarse en el suelo. Lo que sea si se logra el objetivo y se termina manoseando un ejemplar, desde el periódico hasta la enciclopedia. Una sala con un chimpancé leyendo un periódico rodeado de sillas de meditar, y un tigre enorme de peluche cuidando el suelo, son espacios creados por mentes abiertas que ven la educación desde un punto de vista feliz. Cuando pensaba que era la biblioteca mas alegre que había conocido, y ya me había recostado en alguna de sus sillas, y había abrazado al tigre, me han metido por un pasillo que me llevo a un rincón de ensueño: Una incubadora de lectores. Un espacio digno de ser visitado por quienes quieren tener ideas sobre como despertar el hábito lector en una sociedad que cada día lee menos y por ende, escribe peor. Mariposas fabricadas con todo tipo de materiales, libros manoseados, la felicidad de cualquiera que quiere que los niños lean. Un desorden tan romántico que me hizo sentir transportada a mi amado Colegio Americano, en la época donde los niños de 4 años íbamos a la biblioteca y nos rodeaban por igual juguetes y libros para jugar.
Mi visita fue bellisima. Tuve la oportunidad de conocer nuevas personas, de ofrecer nuevas posibilidades, volví a encontrarme con una amiga del colegio que tenia mis buenos años sin ver y con la hermana de un buen amigo de la U. Fue maravillosa, sobre todo porque encontré el mejor oasis que se puede encontrar en medio del desierto. Pude pasar el día en medio de un mundo que han creado para aquellos que quieren viajar leyendo, bien sea sobre monstruos, de verdad o de esos que viven entre nosotros, leyendo sobre amantes con cáncer, sobre la vida de James, o buscando una de las 100 formas de hacer dieta, leyendo de de arte y de cocina.
Soy Pamela Cruz, escribiendo hoy 28 de febrero/16 en honor a todas las profesoras y profesores que desafían las ideas impuestas sobre como debe ser y como no debe ser un espacio digno para imaginar, esas que reciben las críticas pero contra viento y marea montan un Oasis en medio del desierto más inclemente, el de la ignorancia.