Cada 17 de septiembre es el día mas largo del año. Comienza desde las 11 pm del día anterior la invasión de recuerdos, antes atropellados, ahora más mesurados del día de su partida. He escrito sobre su muerte desde hace 6 años, cada 17 de septiembre. Pero no he escrito sobre su vida.
Tenía forma de abuela. Con un cuerpo abultado por una hernia que nunca se quiso operar. Vivió conmigo desde los cero dias de nacida hasta los 20 años. Se fue muy pronto pero mi abuela tenía 80 años cuando murio. Hubiera querido que viviera más, como mis amigos que tienen a las suyas vivas con más de 90. Confieso q me da envidia. Mucha envidia.
Ella nació en el campo. Un 24 de julio de 1912. Era Leo. Noble, valiente y humilde. Sabía defendernos de quién nos quisiera hacer daño. Tenía varios hermanos. Mis bisabuelos llegaron viudos a ese matrimonio y cada uno llego con sus propios hijos e hicieron más. En esa época los niños morían mucho y era mejor asegurar la descendencia. Su hermana preferida era Margarita. Se parecían tanto que más de una vez las confundieron nuestros vecinos. Mi abuela se casó joven con mi abuelo Gentil. Era alto, buen mozo y un gran guitarrista. La conquistó tocando tiple, a la antigua. Cuando decidieron casarse, la suegra la invitó a su casa para enseñarle a cocinar como le gustaba a su futuro esposo. Tuvieron varios hijos pero la muerte se los llevó. En esa época tomaban fotos de los muertos para recordarlos, antes de enterrarlos. De sus hijos sólo sobrevivieron mi tio el mayor y mi madre, la menor de todos. Su esposo, mi abuelo, murió muy joven, de neumonia. Quedó ella sola con dos hijos, una finca y muchas responsabilidades por delante. Comenzó la violencia y se ensañó con mi abuela. Fue obligada a salir de sus tierras con dos hijos y lo que les cabía en una carreta. Mi madre y mi tio trabajaron desde muy chicos para ayudar en la casa.
Ella vivió con nosotras siempre. Adriana era su preferida. Mi hermana la adoraba. Ella fue su soporte siempre. La consentía, la consolaba, la abrazaba. Se levantaba de primero y se acostaba de ultimo. Recorría la casa al final para constatar que todos estabamos en nuestro nido. Hacia colaciones y las comíamos de merienda. Era su forma de consentirnos. Ella decia que no tenia nada. Pero lo tenia todo. Decía que sus pertenencias le cabian en una bolsa. No mentía. Ella era adusta en sus lujos. Un par de aretes, un anillo que guardaba y una cadena. Entre sus caja de recuerdos tenía una tarjeta ajada, vieja, amarilla, escrita con pluma sepia y ortografia perfecta. Una carta que mi abuelo le escribió donde le declaraba su amor. Soñé siempre con alguien que escribiera así. Como el hombre que le hizo esa carta y que nunca conocí.
Hacía un delicioso café que mi papá amaba. El era el primero en la fila de comer. Ella decía que mi papá era el mejor yerno que le había dado la vida. A mi padre solo lo vi llorar con las muertes de mis dos abuelas. Mi abuela lo había adoptado cuando se casó con mi mamá. Ella siempre le dijo Jaime y lo trataba de usted. El siempre le dijo Sra Maria.
Yo era la rebelde de la casa y tambien la que mas regaños recibía. Mi abuela me decía que me quedara quieta. Que no respondiera. Que esperara a que se calmaran las cosas. Yo no le hacia caso. Me contaba una y otra vez que a su hermana por respondona siempre la castigaban y que quería que yo no me pareciera a ella. Que fuera mas humilde y aceptara los regaños. Asi, porque si.
Cuando no le haciamos caso amenazaba con irse. En más de una ocasion empacó determinada a dejarnos, nosotras llorabamos y prometiamos que ibamos a cambiar. Y ella se quedaba.
Convertía cada lata vacia, cada jardinera desocupada en una huerta. En el patio había papayas. Tómates. Yuca, platanos, limones, guayabas, ajíes, maiz, guanábana. Amaba los pajaritos y ella misma los alimentaba. Cada mañana con paciencia, con amor. Le recordaba su finca, creo.
Oraba cada noche y nos rezaba el rosario. Nos obligaba a ir en mayo de casa en casa rezando el rosario con sus amigas. Cuando venía visita siempre habia jugo de tomate para ofrecer. Siempre hacia gelatina para nosotras y en las tardes se sentían las chaclas arrastrarse por los pasillos. Nos vigilaba. Verificaba que estuvieramos en buenos pasos. Siempre. Crió 4 perros pero solo quiso 3. Lulú benji y Pitufa. Cuando murio, Pitufa estuvo una semana en la ventana llorando, esperando su regreso.
No siempree porté bien con ella. Uno menosprecia a los que ama cuando los tiene cerca. Cuando supe que sus días estaban contados, me propuse pasar el máximo tiempo con ella escuchándola cantar, hablar. Viendola dormir. En sus ultimos meses le daba platanitos fritos de contrabando. Los tenía prohibidos. Pero a ella ya no le sabía igual la comida. Y lo único que tenía sabor eran sus platanitos que me conseguía el novio de esa época. Era orgullosa. Fue muy dificil decirle que me perdonara por lo malcriada que fui. Pero lo compensaba abrazandola y besandola con una fuerza invisible, para que ella no supiera que intentaba impregnarme la piel con su olor. Con su aroma, con su textura. Pasabamos las tardes ella en la mecedora de la terraza y yo estudiando a su lado. Le levantaba los pies para que descansara. Veía como se apagaba poco a poco frente a todos. Fue una mujer valiente. Nunca se quejó. Si mi abuela caía enferma, en serio que era de gravedad. Iba a misa los domingos y nos llevaba a comer helado en el vivero de la 77. Tenía su peluquero a domicilio. El tenia su propia peluquería pero una vez al mes, separaba dos horas para ir a casa a cortarle el cabello a mi abuela.
Se quejó siempre de sus pocas canas. Le parecía indigno que una mujer tan vieja no tuviera canas. Que no demostrara su sabiduria. Yo siempre lo atribuí a nuestras raices indigenas. Ella insistía en sus canas. Cuando comenzaron a salir, fue feliz. Fue una mujer paciente. Muy paciente. Amorosa. Hermosa. Ella se fue una noche. Lluviosa y triste. La he recordado durante estos 24 años y cuando tengo un problema pienso en que me diria si viviera. Ella se fue y 24 años despues sigue presente en nuestras vidas. Hoy quise recordarla como era. Viva, alegre, orgullosa de su vida.
Soy Pamela Cruz recordando a un ser maravilloso que vivió en esta tierra. Que ha cumplido su misión por 104 años. Los 80 que vivió y los 24 en los que continúa su legado. Ella, ella se llamaba Maria y era mi abuela.