Uno de mis placeres más mundanos es viajar. Alimentada por historias de infancia y libros leídos, me hice la promesa de viajar una vez al año al exterior y cada que pueda al interior para darme ese pequeño lujo de conocer lo que pueda del mundo. Trabajar en lo que hago alimenta el sueño de otros para lograr lo que yo más amo: viajar.
Hace un mes llegamos de vacaciones en México. Nos tomamos 10 días que resultaron siendo escasos cuando comparo los sitios visitados versus la vasta extensión mexicana. Caminar por sus calles es un placer absoluto. Los parques, sus avenidas, su arquitectura, su gente. Oler y comer en las esquinas sus exquisitos platos. Pero sobre todo admirar sus ciudades. Las de ahora. Las de antes. Pirámides como las de Teotihuacan, Cholula, el Complejo Arqueologico de Cantona, los canales de Xochimilco son sencillamente asombrosos. Recorrer barrios como Coyoacán, Polanco, el Centro Histórico de D.F., con construcciones de siglos de antigüedad le dan contexto a la historia. Sentir la preocupación por restaurar joyas del pasado y hacerlas útiles en el presente, es esperanzador con una generación a la que el pasado le es indiferente. Caminar por sus calles y encontrar oculta tras la maleza una iglesia de 400 años, es un tesoro de pirata. Ingresar al Palacio Nacional de las Artes y contemplar casi 100 años de lujo desbordante, con mármol de piso a techo, dan cuenta del esplendor y del gusto con el vivían las generaciones pasadas. La vida mexicana -cargada de simbolismos- gira alrededor de su gastronomía, una de las más maravillosas que he conocido y que transpiran pasado, presente y futuro. El libro "Colombia donde el verde es de todos los colores", bien explica una de las diferencias entre nosotros y los mexicanos: ellos tienen claro quienes son y de donde vienen. Tienen consciencia de su pasado diverso. Por eso, lo que conocemos como "mexicano" a secas, adquiere su propia diversidad cuando, con paciencia y tiempo, nos comenzamos a entender las diferencias que no nota el extranjero pero si reconoce el nacional.
Ayer, mientras le daba un recorrido a un visitante australiano, recordaba, una de nuestras tardes en Puebla. Habíamos almorzado en el mercado público. En plena plaza, sentados en una silla y una mesa enormes, sin lujo ni pretensiones nos comimos la mejor Cemita de Puebla. Visitamos el Monumento de los caídos. Una extensión de tierra enorme con museo, lago, mirador, las infaltables letras de la ciudad, patos, bancas para sentarse, y sobre todo, verde, mucho verde. Terminamos el día haciendo fila para comer churros con chocolate caliente y rematamos en visita guiada al palacio municipal, donde despacha el presidente de gobierno, es decir, el alcalde y el consejo de Puebla. Mi tour barranquillero comenzó tipo 3:30 p.m. por la Avenida del Rio, donde aprecié cómo 3 años después de su inauguración, la única novedad es el brillante aviso de la nueva alcaldía, y al contrario de lo que esperaba, el óxido amenaza la integridad de postes, luminarias y miradores. Los muelles están podridos, en precarias condiciones sin aviso que advirtiera a quienes buscaban descansar a la orilla. Los locales construidos siguen cerrados, sin operación comercial. No pudimos caminar por el centro. Qué le iba a mostrar si en la calle no se puede caminar y los edificios antiguos, esos que contarían una historia, se resignan a su suerte en medio de capas de avisos viejos, apocando el esplendor de su pasado memorable. Íbamos a llevarlo a la plaza de San Nicolás pero el hombre no era de iglesias y, sin árboles, realmente es infernal pasear a las 4 p.m. Pasamos por el Viejo Prado y mi visitante preguntaba por qué casas tan hermosas están tan deterioradas. Le conté que nuestro Teatro, orgullo en los 80's estará cerrado por alguna razón. Me dio vergüenza contar que el coliseo cubierto fue demolido pues ya le había anunciado que también lo será el estadio de béisbol y el de fútbol. Desvié su atención a los árboles y a la historia de la planificación inteligente de Parrish hace 100 años. A la belleza del bulevar decorado con sus árboles. (Obvié los que se están muriendo por la pajarita). Seguíamos tratando de mostrar la ciudad, pero encontramos edificios. Lo llevamos a merendar y luego a comer helado. Me resistí a sucumbir frente a la simplista tentación de bajar en un centro comercial y abandonarnos al comercio. El vive en un mundo donde la gente los sábados sale y disfruta de sus espacios públicos. Yo quería que viera los nuestros. No pude.
Esta semana la tendencia en redes y conversaciones ha sido el Museo Romántico. Embargado por falta de pago (no es la primera vez que le pasa según una nota de El Heraldo en el 2013), el sueño de quien considero el último amante fiel de esta ciudad, se le ha convertido en una cruel pesadilla. Su titánica labor de construir una memoria histórica diferente que integre cultura y tradición, tiene de romántico el pasado de una ciudad que era amada y respetada por sus habitantes. Una ciudad orgullosa que se levantaba pese a las injusticias centralistas. Una ciudad que respetaba y planificaba para generaciones futuras, en la búsqueda de permanencia y memoria. Pues bien. El museo solo alberga un pasado ingenuo y romántico que no existe hoy. Como los objetos valiosos que poco a poco van perdiendo su brillo, así se encuentra la ciudad. El museo es como esa cajita de recuerdos que solo tienen valor para quien los atesora con cariño, para quien tiene recuerdos gratos al contemplarlos. Lo corroboro hoy mientras anuncian con el mayor orgullo La Nueva Mega Obra de esta administración: la construcción sobre los terrenos de El batallón.
Modificando el POT, lo que se hubiera constituido como "Mayor Pulmón de la ciudad" con 51 hectáreas, ahora es solo una burla a los gritos desesperados de los que exigimos menos cemento y mas verde que el miserable medio metro cuadrado de espacio verde por persona al que nos tienen condenados los políticos y con el que pretenden conformarnos. Nos "arreglaron" los parques para hacernos creer que vivimos un sueño de #CapitalDeVida y una #BarranquillaFlorece Y mientras nos embolatan con migajas, nos arrebatan la memoria y de paso, la ciudad. Vil, descarada y arrogantemente, están destruyendo sobre lo construido imponiendo su huella de prepotencia y poder. Nos arrebatan tierras comunitarias para imponernos edificios repletos de gente, en el cínico nombre del "Progreso" y con la miserable excusa de crear vías de descongestión, mientras hace años tenian arregladas las tierras para edificios que haran mas dificil la ejecucion de los servicios públicos en esa zona de la ciudad.
Soy Pamela Cruz, escribiendo hoy 31 de julio del 2016, después descubrir que las "34 hectáreas" que se destinaran para nuestro nuevo "Central Park Criollo" y que equivalen a la ridícula cifra de 340.000 metros cuadrados, o mejor 0,34 km2 mientras el Central Park de NYC, el de verdad, verdad tiene la bicoca de 3,200,000 mt2, que equivalen a 3,41 km2 o mejor 340.000 hectáreas. Aún no sé si reir o llorar cada vez que descubro en pleno siglo 21 nos siguen regalando míseros espejitos de latón mientras "los conquistadores" se siguen robando nuestro oro.
En pleno centro de la isla se aprecian las 340 hectareas de Central Park |
PD: Sera que algún día nosotros ciudadanos de esta tierra seremos capaces de defender lo poco que aún nos dejan.?